Para muchos creyentes y no creyentes la
Semana Santa es un tiempo de reflexión espiritual y personal. Como católico practicante,
esta es una época muy importante para mí, por eso la aprovecho para ir a hacer
voluntariados y peregrinaciones. Este año, durante la Semana Mayor, tuve la
oportunidad de asistir a un voluntariado en el municipio de La Vega, en el departamento de Cundinamarca. Allí acompañé a los abuelitos del ancianato del pueblo y asistí a
los oficios, procesiones y misas en la cárcel de Villeta. Durante estos días, para
desestresarme y reflexionar acostumbro no mirar mi teléfono; sin embargo, como
buen millennial, no pude cumplir esta promesa totalmente. Durante el Viernes Santo
una periodista en Twitter hizo un hilo en el que comparaba el suplicio que tuvo
que vivir Jesucristo durante el Vía Crucis, lo hacía poniendo imágenes de la exposición
de El testigo, hecha por el fotógrafo y periodista antioqueño Jesús Abad
Colorado. Las fotografías tomadas por Abad; son, en verdad, desgarradoras. En
ellas se consignan décadas de dolor, indolencia, impunidad y odio.
El sábado 4 de mayo tuve
la oportunidad de asistir a esta foto galería, la cual está ubicada en el
Claustro de San Agustín. Edificación que está a tan solo una calle de la Casa
de Nariño, sede de la Presidencia de la República. Gracias al tráfico bogotano llegué a tan solo
una hora de que el Claustro cerrara sus instalaciones. A pesar de ello, pude
recorrer todas las salas de El Testigo. Son bastantes las fotografías que dan
fe del dolor que a lo largo de estos años han vivido muchos de nuestros
compatriotas. Son varios los retratos que dan una muestra fehaciente de la
incapacidad que ha tenido el Estado colombiano para evitar la guerra de todos
contra todos. Son muchísimas las fotos que muestran masacres, exhumaciones de cadáveres,
desapariciones clandestinas, desplazamientos, reclutamiento infantil, movilizaciones
contra la violencia, cédulas de ciudadanía y cuadros de desaparecidos. Estos,
son sostenidos por familiares que esperan saber la verdad de lo qué pasó con
ellos. Esas manos esperan algún día enterrar a sus seres queridos. Esos ojos anhelan
ver los restos mortales de sus hijos, padres, madres, abuelos, primos, amigos,
novios y esposos, para así llorarlos y darles una sepultura digna. El testigo
recoge una historia que como nación conocemos; pero que, aún así, nos empeñamos
en ignorar.
Las fotos que más me
marcaron fueron las de los pescadores que tocaban guitarra en su canoa para
pasar el dolor ocasionado por la masacre de Bojayá. Otra, la de los
paramilitares de las AUC, que posaban de espaldas con armamento pesado mientras
miraban a la ciudad de Medellín. Perola imagen que verdaderamente me sacó las
lágrimas, fue la de una guerrillera de las FARC que sostenía a su bebé recién nacido.
Esto, para mí, es la prueba de que los colombianos merecemos un mejor país. ¡Un
país en donde quepamos todos! ¡Un país donde nos perdonemos todos ¡Un país donde
nos amemos y toleremos todos!
Varias de las salas en la
que estuve tenían una obra de arte, esta tenía la forma de un árbol de la vida y
fue hecho por varios voluntarios con materiales reciclables. Entre las fotografías,
estaban; también, imágenes de noches estrelladas que daban algo de esperanza
entre las balas y las bombas. El testigo debe ser una invitación para que
recapacitemos como nación, pues a veces cambiamos la fraternidad y la compasión
por el individualismo extremo y el abandono. “Somos muchos los que queremos
hacer lugares a donde el infierno no pueda llegar, ni siquiera en el mismo infierno”.
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